Tengo un amigo donostiarra y realista, aunque residente en Amsterdam. En cuanto supe que el Algeciras y la Real Sociedad habían quedado emparejados en la Copa del Rey de fútbol, empecé a mandarle mensajes para picarlo, en plan: «Os vamos a machacar» y esas cosas.
Resultó que el partido de ida, en Algeciras, terminó con empate a uno, así que metí de nuevo la puya. Que si no habéis podido con nosotros, que si en la vuelta vais a ver, que si esto y lo otro.
Y el tío, en cada ocasión, en vez de entrar al trapo y responder con un exabrupto, lo hacía con amabilidad y respeto. «Será un honor ser derrotados por los futuros campeones», me puso una vez. «De esta eliminatoria saldrá el vencedor de la Copa», contestó tras el partido.
Cuando leí ese último mensaje vi que me había quedado sin argumentos, así que no pude sino responder con este otro que ahora me sirve de titular: «Tanta elegancia desarma».
Supongo que debió influir que la noche anterior había visto por la tele Invictus, la película que narra el empeño que puso Nelson Mandela en que la selección de rugby sudafricana ganara el Campeonato del Mundo que se organizaba en su país. Bueno, contaba eso y mucho más; el rugby, de hecho, servía como pretexto para intentar explicar la grandeza de ese hombre.
Su elegancia desarmaba, eso es evidente. Se le podría ensalzar simplemente por el hecho de que cuando se convirtió en presidente hiciera ver a sus supuestos enemigos que no los tenía como tales. En la película hay un ejemplo: tras ser elegido, comunica al personal de confianza y a los guardaespaldas de su antecesor (por supuesto todos blancos y, en esos momentos, con la misma cara de un pavo en vísperas de Nochebuena) que continúa contando con ellos, que les sigue resultando válidos, que con él no imperará el sectarismo, como hasta entonces.
Pero más increíble, y por supuesto mucho más meritorio, es que, después de permanecer 27 años recluido en una celda minúscula, saliera y perdonara a los que le habían metido allí. En España, sin ir más lejos, el bando que ganó la Guerra Civil se tiró los 36 años siguientes matando, encarcelando y condenando al hambre a los perdedores. Toda una lección de cómo reconciliar a un país, vamos.
Quería un país unido, lo cual pasaba por respetar, comprender y tratar con cariño a las minorías, empezando por la blanca
Mandela no sólo perdonó de boquilla, lo hizo de corazón. Las imágenes en las que se le ve estrechando la mano a todos y cada uno de los jugadores de la selección de rugby (todos blancos excepto uno) no transmiten la impresión de que se estuviera tragando un sapo de dimensiones bíblicas, sino la de un señor sano y de buena voluntad que quería un país unido, lo cual pasaba por respetar, comprender y tratar con cariño a las minorías, empezando por la blanca.
Fue una hábil jugada, digna de un hombre con auténtica visión de Estado. Para los negros, durante el apartheid, el rugby era un deporte odioso, un símbolo más de la segregación y la opresión. De hecho, cuando Sudáfrica se enfrentaba a otro país, ellos animaban al rival. El carisma de Mandela permitió alterar esa visión sin mayores traumas, darle la vuelta a una tortilla gigantesca. Hace falta ser muy grande para eso.
Es muy fácil magnificar las cosas en momentos como éste. Todo el mundo te quiere cuando estás muerto, dice el refrán y cantaban los Stranglers. Pero desde hace mucho tiempo, desde que empecé a conocer a Mandela (algo a lo que contribuyó bastante la canción que le dedicaron The Special AKA, para que luego digan que la música no sirve) y sobre todo después, cuando salió de la cárcel y empezó a cambiar las cosas de verdad, lo he tenido por la persona más importante del Siglo XX. Quizás Gorbachov sea, en mi opinión, el único aspirante a disputarle ese trono. Poca competencia veo. En cambio, para el título de cabronazo sobran candidatos, ¿a que sí?
Su figura es tan respetada que ha conseguido unir en su funeral a líderes irreconciliables, algunos de los cuales, por cierto, podrían seguir su ejemplo siquiera en un detallito: después de un único mandato como presidente, Mandela se fue por donde vino. No era su deseo perpetuarse en el poder.
Se supone que en este blog debo hablar de la prensa, pero ha sido tan unánime el respaldo que le ha dado a su figura en estos días que casi no merece la pena. Tampoco es que haya rastreado muy a fondo, pero por lo que he visto, oído y leído, todos han dado un apoyo sin fisuras a lo que representó. Han sido respetuosos con quien a su vez lo fue. En la película hay un ejemplo de esto último: él y un guardaespaldas ven un periódico con un titular que dice: «Ganó las elecciones, pero ¿sabrá gobernar?» El escolta dice: «Ya están criticando, desde el primer día» Y Mandela replica: «Pero la pregunta es legítima».
Con lo que volvemos al principio: tanta elegancia desarma.
PD: Los que me conocen saben que no ando muy sobrado de fe, pero he escogido esta viñeta de Angonoa para ilustrar la entrada porque me parece muy significativa. El propio Dios se declara admirador de Mandela. Estoy convencido de que, si existiera, lo sería. Y de que no dejaría entrar en el reino de los cielos a los que sostienen que hay razas superiores e inferiores. Con su ejemplo, Mandela supo darle un guantazo sin manos a todos esos malnacidos.
Todo el mundo te quiere cuando estás muerto, incluso tus enemigos. Leí estos días unos versos de Cernuda sobre la «farsa elogiosa repugnante». Puede resultar un poco pedante pero me parecen acertados:
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Y dicho esto y ya por pura contradicción, aunque siguen vivitos y coleando: ¡Qué buenos eran los Stranglers!
Álvaro Calleja
Muy cierto lo que decía Cernuda, y muy cierto también que The Stranglers llegaron a ser buenísimos. Ahora han vuelto pero no quiero arriesgarme a verlos, me temo que estén arrastrando su leyenda.
Guillermo Ortega