Ya lo he contado alguna vez: desde que, por razones ajenas a mi voluntad, dejé de ejercerlo, mi desapego hacia el periodismo ha ido creciendo más y más. Estoy muy desconectado de la actualidad local, provincial y hasta regional, y si me entero de lo que pasa en España y en el mundo es porque mantengo mi costumbre de ver algún telediario.
Pero me limito a eso: ni leo periódicos (probablemente me influye el que todos tengan la mala costumbre de echar o maltratar a sus empleados, algunos de ellos amigos míos) ni escucho la radio, salvo un ratito por las mañanas. En fin, lo justo para no estar en la inopia, pero suficiente también como para perder el hilo cuando me junto con gente realmente al día.
Y sin embargo…
Hace poco, alguien de quien en puridad no puedo decir que sea un amigo pero que me conoce mejor que casi todos ellos, me dijo que, aunque me pudiera dedicar a otras cosas, yo soy y seré periodista. Me aportó este argumento: él y yo no podíamos ver un telediario o leer un periódico de la misma manera, yo lo haría forzosamente de una manera más profesional, atendiendo al cómo, que es algo que a él seguramente se le pasaría.
Tiene razón. Supongo que pasa en todos los demás oficios, aunque éste, me da a mí, es más absorbente que la mayoría. Instintivamente, los periodistas nos fijamos en el sesgo que tal o cual cadena da a una determinada noticia, en el orden en que son presentadas las noticias en los titulares de un informativo radiofónico, en qué entra o no en una portada…
Nos percatamos enseguida de cuándo un medio se está haciendo autobombo
Por lo mismo, no atribuimos a la casualidad que un grupo empresarial condene a una página par o a un minúsculo espacio en la columna de breves lo que otro vende poco menos que como el pelotazo del año. Nos percatamos enseguida de cuándo un medio se está haciendo autobombo o de cuándo está lamiendo la mano (ojo, he dicho la mano) de quien le da de comer, no nos cuesta averiguar quiénes son sus enemigos, asuntos así.
Ahora estoy al margen, pero aún me doy cuenta de esas cosillas. Sigo sintiendo indignación ante las manipulaciones descaradas y groseras de determinados acontecimientos, ante los vergonzantes, grotescos titulares de los que sólo buscan intoxicar, ante los discursos incoherentes de quienes se valen de la libertad de expresión y del derecho a la subjetividad para airear su sectarismo.
Aunque, por lo mismo, también continúo notando algo así como un pinchazo de bienestar cuando Almudena Ariza nos regala otra de sus magníficas historias desde Nueva York, cuando Carlos Franganillo hace gala de su brillantez en su nueva crónica desde Moscú o Kiev, cuando El Roto pone una vez más el dedo en la llaga con una simple viñeta.
Nombro a los buenos, no a los malos, no hace falta ofender directamente a nadie, basta con insinuar. Pero sí quiero dejar algo claro: están en la derecha y en la izquierda. Es muy fácil caer en esa trampa: criticas alguna barbaridad dicha por un tertuliano de 13tv y siempre hay alguien que salta con que en la Ser también se pasan de frenada. No voy a discutirlo ni un segundo. Sé de qué pie cojea cada cual y sé también que algunos cojean mucho.
Al final, me quedo con la esencia: distinguir entre el buen periodismo, que lo sigue habiendo, y el que no es bueno. Modestamente, creo conocer la diferencia. Lo que no quiere decir que me incluya entre los que siempre hicieron del bueno. Sería, además de petulante, mentiroso.
Muy pronto me enseñaron que el que paga manda y que eso es lo que hay
A lo largo de 22 años, a uno le da tiempo de equivocarse muchísimas veces y de hacer un montón de porquería que no hay por dónde cogerla. Además de cometer errores de bulto, confundir datos fundamentales y fallar en previsiones, todo lo cual lo tomo como gajes del oficio, he hecho cosas más graves, como escribir cosas a sabiendas de que no eran ciertas, aunque en mi descargo debo decir que lo hice obligado y que siempre que pude evité firmarlas. He comulgado con ruedas de molino porque muy pronto me enseñaron que el que paga manda y que eso es lo que hay.
Hace poco, alguien preguntó en Facebook qué sentía un fotógrafo cuando, al montar la portada, encuadraban su foto de manera que se la sacaba totalmente de contexto, sólo para servir a los intereses de los editores. Contesté que seguramente bebería whisky para no sentir. Algo que también hemos hecho plumillas, locutores y demás fauna. Quiero pensar, aunque sea para quedarme más tranquilo, que también transportistas, electricistas, secretarios judiciales, funcionarios de prisiones o distribuidores de cerveza. Al fin y al cabo, ¿quién no ha tenido nunca un mal día en la oficina?
PD: Omito conscientemente cualquier comentario sobre las inminentes elecciones en la Asociación de la Prensa de Granada. Dada mi contrastada capacidad de influencia, posicionarme al respecto inclinaría a buen seguro la balanza. Y no quiero tener eso sobre mi conciencia.
* En la imagen el periodista Zoltan Glass. Paris 1934 © Science & Society Picture Library, UK
Estar a este lado de la barrera es mejor para la salud. Si ya tuviéramos la oportunidad de ganarnos la vida dignamente esto sería Jauja.
Encarni
Sin adverbios, por favor: basta con ganarse la vida, Jaujaujaujau…
Guillermo Ortega