Es fabuloso cómo el buen periodismo sigue funcionando a pesar de todos los pesares, que como sabemos son muchísimos. Lo constato sin salirme de este medio que me da cobijo, leyendo un artículo sobre un señor que ejerce de barbero y otro sobre una señora que vende chumbos (y antes, caracoles). Los dos llevan la misma firma: Álvaro Calleja. Palabras mayores.
Contar buenas historias y contarlas bien es, además de un arte, el mejor refugio que nos queda para seguir ejerciendo el periodismo con libertad, sin ataduras ni cortapisas. Es el campo más amplio y el menos condicionado. Y es algo que nunca pasará de moda, porque siempre va a haber gente a la que nos guste enterarnos de ese tipo de cosas, de esos retales de la vida cotidiana; saber de los superhéroes de barrio a los que cantó Kiko Veneno. Bien pensado, sumergirse en esas historias es también un refugio para el lector.
Hay muchas otras alternativas para hacer periodismo, claro, pero si nos fijamos, ésta es probablemente la más pura. La política, por ejemplo, tiene el riesgo de que el profesional se deje llevar por la inercia y se limite a reflejar lo que dicen unos y otros, sin más. De adocenarse y caer en el juego de contar la rueda de prensa del partido A y completar la noticia haciéndose eco de la nota que quiere hacer pública el partido B, que naturalmente es de signo contrario.
En deportes, cargar las tintas más de la cuenta contra el club local no compensa
En el ámbito deportivo, lo difícil es no caer en la subjetividad. De hecho, lo de no ser imparcial es algo que ahí se lleva casi por bandera y está hasta bien visto escribir la crónica de un partido de fútbol con la camiseta de tu equipo puesta. O, por decirlo de otra manera: cargar las tintas más de la cuenta contra el club de los amores del lector/oyente/telespectador puede implicar que el gacetillero sea denostado, criticado, insultado y hasta vetado por jugadores, entrenadores o presidentes. No compensa.
Quedan los sucesos, donde sí se puede tirar de objetividad y limitarse a contar los hechos con pelos y señales, cuantas más mejor, sin que ni el partido A ni el partido B, en principio, puedan mosquearse y hacer una llamadita a la redacción. Pero ahí se vive en el peligro constante de sucumbir a la llamada de la truculencia, que en cierto modo tiene su encanto, y convertirse en un ser descarnado, al estilo de esos corresponsales de guerra que los oyes hablar y parece que están de vuelta de todo, que han visto naves más allá de Orión y vivido en los peores infiernos imaginables.
Cuando uno lleva cinco años haciendo tribunales, habla como si leyera una sentencia
O los tribunales, que por norma general también permiten informar sin interferencias políticas pero que, aparte de detallitos como la posibilidad de que te denuncien por alguna imprecisión (al fin y al cabo es gente que se gana la vida demandando a diestro y siniestro), precisan de un lenguaje muy específico y difícilmente comprensible para el resto de los humanos. Uno se pone a hacer tribunales y cuando lleva cinco años descubre que está hablando como si leyera una sentencia. Eso, en la barra de un bar, es imperdonable.
Y si te dedicas a las cosas culturales, a poco que te descuides te convertirás en un ser melindroso y tiquismiquis que siempre le está sacando punta a todo y le verá defectos a cualquier manifestación artística. Por no mencionar que te pueden pasar cosas tan desagradables como que una discográfica te regale el último trabajo de La Oreja de Van Gogh. Verídico, a mí me ocurrió. Menos mal que pude colocarlo, pero el susto que me llevé al abrir la caja para mí se queda.
Así que, aunque sea por descarte, lo mejor es contar historias como la de la vendedora de chumbos (antes, de caracoles) y del juicioso barbero que odia a los jipis y a los Beatles porque en su día le quitaron clientela. A mí me encantaría que esos dos oficios sobrevivieran, y que también le pase lo mismo al oficio que tan dignamente ejercen personas como Álvaro Calleja. Sería una señal de que en este mundo sigue habiendo espacio para la gente decente, con alma y con corazón.
*En la imagen, Pepe ‘El Trueno’, el último barbero del Albaicín.
y que sigas contando historias por muchos años! esperando estoy una tercera novela llena, muy llena de historias, (quizás un recopilatorio de todo lo escrito por aquí??)
jesus mescua
Muchas gracias, amigo. Y tú que las veas.
Guillermo Ortega